En este nuevo año, me dispongo a ir relatando aquello que constituyó mi auténtica guía del camino. No me refiero a la guía externa de por dónde tenía que conducir mis pasos, pues con seguir la flecha amarilla y pararme en los albergues lo tenía todo resuelto. Me refiero a la guía que me construí para que mi mente fuera focalizada en algo y aquellos cuarenta días no sólo me sirvieran de evasión de la rutina, sino de transformación.
Me dispuse a observar al mundo, al hombre y a Dios.
Los primeros tres días los dediqué a la observación del mundo, entiendo éste como un espejo que nos proyecta nuestra propia imagen.
Si somos generosos vemos todo lo que el mundo o la naturaleza nos brinda.
Si estamos resentidos vemos carencias.
Aunque me consta que no puedo percibir la realidad tal cual es, deduje que lo que sí puedo y debo hacer es limpiar mi espejo.